Tacones, hormas estrechas, enfermedades, los genes... Son muchas las causas que provocan diferentes dolencias en las extremidades inferiores. Evitarlas, en la medida de lo posible, ayudará a prevenir patologías más graves
La llegada del verano y las altas temperaturas invitan al desnudo de los pies. Sandalias, chanclas… cualquier tipo de zapato que permita refrescar el organismo a través de los pies. Sin embargo, también llegan las tiritas y los remedios caseros inimaginables. Muchos claman al cielo tras las primeras horas con las sandalias. «Cada año es lo mismo. Me atavío con un botiquín de tiritas de todo tipo y demás, pero no lo he conseguido evitar», asegura Claudia, de 35 años. Por eso, decidió consultar al podólogo. «Lo único que me pasa es que tengo la piel de los pies más sensible de lo normal. Y debo extremar las precauciones con el calzado que uso, debo evitar siempre el plástico y utilizar piel», apunta Claudia.
Cuidarse desde abajo tiene sus ventajas. Unos pies sanos evitan dolores en el resto del cuerpo. Carmen, de 24 años, tiene claro esto. «Desde pequeña he ido al especialista, todo porque me dolían las rodillas y decían que podía ser del crecimiento, entre otras teorías varias, pero lo cierto es que tras un estudio biomecánico del pie, descubrieron que pisaba mal». Entonces Carmen tenía 7 años y empezó a usar plantillas a diario, que hoy «cuando me acuerdo, las uso». «Poco tiempo después, recuerdo que las molestias se fueron, aunque no las antiestéticas y feas plantillas, que dejé casi de usar hace un par de años», puntualiza Carmen.
Tomar precauciones desde la tierna infancia también es importante. Mamen, auxiliar de una clínica de podología, cuenta que hay que vigilar el calzado de los más pequeños, «porque se provocan deformaciones, daños en las uñas y se altera la estructura del pie. Deben ser acolchados y tener la forma de la planta. Si no, en el futuro serán unos pies que siempre van a tener problemas».
En ocasiones, la genética juega un papel clave. «Mi herencia ha sido un juanete, marca de la casa», asegura Araceli, de 56 años. Explica que su madre, de 96 años, lo tiene desde que era joven, y que recuerda sufrir las molestias de la protuberancia en varias ocasiones. «Te lo operas, pero luego, al cabo del tiempo, vuelve a salir. Lo peor, no son los dolores, que más o menos se llevan, sino buscar zapatos que sean bonitos y baratos», cuenta Araceli, que alude al famoso calzado ortopédico, cómodo, pero algo antiestético.
No sólo las mujeres tienen complicaciones. Jordi, de 29 años, juega al fútbol habitualmente y, por su trabajo como fisioterapeuta, pasa muchas horas de pie. «Como piso mal, porque tengo el arco de la planta alterado, termino con dolores e inflamaciones. Incluso, a veces, tras los partidos, me salen unas bolsas, tipo vejigas, con sangre. Es desagradable y doloroso», subraya Jordi, quien confiesa que aún no ha ido al especialista a consultar su caso y que sólo remedia las molestias con algunas clases de plantillas.
Señal orgánica
Un grupo de pacientes que debe vigilar de forma constante sus pies son los diabéticos. Deben extremar las precauciones para evitar las temidas amputaciones. Elisa, de 89 años, tiene asumida esta situación, «por lo que no hay un día que no me eche cremita por las mañanas. Y ante cualquier cosa rara, enseguida voy a al médico y le pregunto. Además, cada tres meses, más o menos, voy al podólogo a que me revise los pies».
También como consecuencia de unos elevados niveles de ácido úrico, más conocido como gota, estas extremidades sufren las consecuencias. Víctor lleva toda la vida padeciendo los temibles «ataques de gota, que por las comilonas que me metía, creo que tenía merecido. Desde entonces, me cuido mucho, ya que es algo muy molesto y doloroso».
Esclavas de la moda
Susana tiene 27 años y hace dos le operaron de un osteocondroma. «Al principio me asusté mucho, porque pensé que podía ser un tumor, pero tras la explicación del médico me tranquilicé». Pese a lo escandaloso del nombre, esta patología consiste en un crecimiento anormal del hueso, que en ocasiones se confunde con un juanete. «La culpa de todo la tuvieron mis “estupendísimos zapatos”. No me preocupaba si me rozaban un poco o me dolían en las primeras puestas, iba tan feliz con ellos. Por eso ahora procuro mirar más por la salud de mis pies y no tanto en lo bien que me quedan», apunta Susana.
A Leire, de 38 años, también el mal uso del calzado la ha obligado a casi prescindir este verano de las sandalias. «Noté que poco a poco se me iba deformando el pie y el dedo gordo se me torcía. Fui al podólogo y me recomendó que llevara siempre una suerte especie de almohadilla de silicona para frenar el juanete que me estaba saliendo. En invierno bien, pero ahora con las sandalias queda un poco un feo», relata Leire.
Juanetes aparte, otro de los problemas habituales que provoca el calzado son los dedos de garra. «Llevo tacones bastante altos desde los 16 o 17 años y con el tiempo he ido acostumbrando a mis pies a necesitar alzas, casi de forma imprescindible», explica Carolina, de 28 años. Cuenta que, además, hasta en las zapatillas de estar por casa busca que sean un «pelín» altas. «El único calzado bajo que uso son las deportivas y cuando las llevo mucho tiempo noto las molestias», manifiesta Carolina.
fuente:LRZ
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